Las elecciones, verdadero sostén del sistema democrático, allá donde se dan, marcarán el rumbo político de regiones clave en el mundo. En Europa, el calendario electoral tras pasar por las últimas citas en Polonia, Rumanía, Albania, Moldavia y Portugal dejan un mapa político complejo. Veremos qué pasa en Noruega y la República Checa.
Todos estos ciudadanos europeos han tenido o tendrán la posibilidad de elegir qué modelo de sociedad quieren. Más social o más individual. Muchos analistas nos hablan de que cada vez más gente siente que el modelo neoliberal está agotado. No solo porque ha dejado de dar respuestas, sino porque ha generado problemas profundos: precariedad, desigualdad, inseguridad vital y una democracia cada vez más débil. Entonces, ¿qué viene ahora?
Desde los centros de poder solo nos plantean dos caminos: continuar con el modelo de siempre —desregulación, privatizaciones, recortes y una política sometida a intereses económicos— o apostar por una ultraderecha que se disfraza de antisistema, pero que protege los mismos privilegios, persigue la disidencia y recorta derechos. Ambas opciones nacen del mismo sistema: un capitalismo que ya no sirve a la mayoría ni ofrece un futuro digno. Estos últimos los conocemos muy bien por España. Se apropian del lenguaje del pueblo, usan el miedo como pegamento, se disfrazan de antisistema, reescriben el pasado y atacan los derechos como si fueran privilegios.
Ambas opciones parten del mismo modelo: un capitalismo que ya no funciona para la mayoría donde además la derecha clásica en muchos países blanquean el odio y la mentira y, la llamada «internacional reaccionaria», con epicentro en la Casa Blanca, viene interviniendo activamente en los procesos electorales europeos, impulsando candidaturas de extrema derecha y tejiendo alianzas destinadas a desestabilizar el proyecto democrático del viejo continente y, ninguna ofrece un futuro mejor.
Mucha gente, desesperada y sin alternativas claras, ha dejado de votar a las opciones clásicas que desde la Segunda Guerra Mundial vienen operando y se han pasado a la extrema derecha, que no a la izquierda radical. No porque compartan su discurso, sino porque esperan un cambio real. Culparles desde el bloque progresista por eso es no entender su situación. El problema no es su voto; el problema es que no se está siendo capaz de ofrecer soluciones que conecten con sus vidas.
Frente a este capitalismo salvaje solo hay una salida con futuro:
recuperar la esperanza en un proyecto de transformación profunda, en favor de
la libertad y la igualdad. Si lo prefieren -por aquello de no asustar-, póngale
usted mismo el nombre. ¡Viva la democracia social!